
Acabo de ver Los vengadores, película de Joss Whedon, y
vale, sí, está muy bien, pero un poco me pongo en la piel de todos esos
críticos de cine que se han pasado la vida bebiendo de las fuentes que manan la
obra sobresaliente de John Ford, Akira Kurosawa, Fritz Lang... y tantos otros y
me da algo de pena que ahora tengan que pasar por el mal trago que les espera
al llegar a casa o al apartado rincón del tugurio nocturno que hayan convertido
en puesto de trabajo; allí, entre una copa de Glenfiddich y un café solo,
cogerán pluma o teclado, se encararán al papel en blanco, manchado en uno de
sus bordes por culpa de la sucia mesa de trabajo y tras unos interminables
minutos de silencio, de esos en los que realmente oyes unos redobles de tambor
como compás de fondo, resignados y derrotados, dejarán el papel a un lado y acabarán
la historia echando finalmente mano a esas alforjas repletas de mil críticas ya
escritas con anterioridad para encontrar en ellas recursos de última hora para
que A, no se les note demasiado que no han entendido nada de la película de Whedon. B, no les importe demasiado no haber
entendido nada de la película porque creen -y posiblemente estén en lo cierto- que
lo que han visto no es cine y C, no sientan cierto resquemor de conciencia que
les haga plantearse de nuevo la necesidad de un posible cambio de profesión al
darse cuenta, esta vez sí, de que han perdido el tren de la juventud fantasiosa
y que con él partió para no volver un estilo de contar y filmar historias que
es el que ellos veneraban y ahora ya no existe.
Hace poco escuché a una joven en Esta peli ya la he visto -un podcast muy interesante-, la crítica de la película El
Padrino, entre otras perlas decía que aunque muy lenta y
con poca acción, la película era buena y merecía ser vista. Según esa pérdida
de estatus, provocado por el cambio de tendencias en cuanto a narración fílmica
y montaje de planos, llegará finalmente el día en que directamente El Padrino sea
una película descartable y a no tener en cuenta porque se aleje demasiado de
los cánones imperantes en ese futuro cercano.
Con esto quiero decir que sea lo que sea que haya permitido
crear una película tan interesante como Los Vengadores (una evolución del discurso
fílmico, unas herramientas tecnológicamente avanzadas, una mitología popular
transmitida mediante comics...) eso mismo, decía, ha permitido iniciar un
proceso que acabará matando al cine o, por lo menos, transformándolo
irremediablemente en otra cosa, para cierto desconsuelo no solo de los críticos
cinematográficos, esos que salieron cabizbajos del cine, sino también de
personas como tú y yo que seguramente han disfrutado de esta película pero que
habitualmente se enfrentan al cine buscando historias creíbles, sean simples o
complejas (dentro de unos parámetros aceptables) y bien contadas. Aunque es posible
que tampoco sea para tanto porque el cine clásico ya hace lustros que murió y
nadie ha llorado por ello. Es más, este año le han dado el Oscar a la mejor
película a una muda, circunstancia que posiblemente le haya hecho pensar a la
Academia si no debía también llevarse el Oscar a los efectos especiales ;-)
Acabo ya, solo decir que Los Vengadores me ha encantado.
Tanto como inversamente me aburrieron las películas anteriores de héroes que
fueron cayendo poco a poco, como fina lluvia de
otoño, por las salas cinematográficas, durante los últimos años. Películas todas ellas necesarias, por un lado para no
perderse con esta, y por otro para que esta última tenga fácil elevar el listón.