Inexorable, llega el buen tiempo cogido de la mano de la primavera.
Ya se acercan pues esas fechas festivas en las que el toro se convierte (a su pesar) en quasi protagonista absoluto, compartiendo protagonismo con esas bolas de fuego que manos expertas -seguro que limpias de todo pecado ambas dos-, le colocan en la punta de cada cuerno.
Mucho se habla de esa unión ancestral entre la noche estival, el fuego purificador y el toro, protagonista habitual en las mitologías del Mediterráneo.
Poco más voy a decir, así que lo voy a dejar aquí porque acabo de ganar un concurso en el que justo sale todo eso que digo ahí -todo menos las manos expertas- y no se trata ahora de hablar mal, porque bien no lo voy a hacer, de lo que le hacen a esos animales en aras del divertimento, cerveza en mano, de una multitud entregada sin reservas al festejo.
2012; leí de pequeño a Orwell, Burroughs, Aldis, Silverberg, Anderson, Heinlein, Asimov, Benford, Gibson, Huxley... y tantos otros. Me convencieron de que hoy volaríamos con nuestros coches, seríamos supercivilizados, exploraríamos planetas cercanos... y simplemente lo que somos es lo mismo que éramos un par o tres de generaciones atrás, aunque más pobres, eso sí (por lo de la crisis y nuestros nefastos políticos, TODOS).
Al final, vivir en un planeta cíclico con sus cuatro estaciones bien diferenciadas pero repetitivas a lo largo de los años y por lo tanto de nuestras vidas, impide que cosas que ya hicimos se queden en el pasado. Si en verano toca fiesta de toro, todos los veranos tocan fiestas de toro, lo único que cambia es que las fotos las hacemos ayer con cámara, hoy con móvil y mañana con gafas fotográmicas* de última generación, pero el resto se mantiene inmutable, porque en verdad somos incapaces de evolucionar mucho en poco tiempo.
*Me reservo la patente.
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