27 agosto 2012

Capítulo 01



Sentado plácidamente sobre una vieja y descolorida hamaca en el patio interior de la antigua y señorial casona gris, y presidiendo Vega la escena desde su cenit, Walter agachó la vista y le dio la enésima oportunidad,  posiblemente también la última, a El poder y la gloria.
Aún caminaba sin rumbo definido el señor Tench por las primeras páginas del libro, cuando Walter creyó oír un grito desgarrador, algo así como el horrible lamento de quién se resiste abandonar este mundo interponiendo sus desnudos brazos, cortados y arañazos por la daga fatal, entre su propio cuello y la puntilla del verdugo.
Acobardado, Walter alzó la vista y situó el sonido que acababa de oír en la segunda ventana del primer piso, pensó que tendría que subir corriendo los escalones, con el dolor que ello supondría para su vieja compañera la artritis, y recorrer el largo pasillo de arcos medievales antes de llegar a la habitación que correspondía con dicha ventana.
Con más calma y aplomo del esperado, dada la situación, se levantó, cogió inadvertidamente una gruesa revista de entre las que encontró a su lado,  la enrolló a modo de garrote y dudando de la efectividad del mismo y sin tenerlas todas consigo, subió renqueante pero resuelto los escalones que daban al voladizo.
Más pronto de lo que hubiera querido, Walter llegó a la puerta que separaba el incierto presente del temido futuro, apoyó su temblorosa mano diestra en el picaporte y apretando con fuerza la revista, lo giró y empujó cargando a la vez con todas sus fuerzas, pensando que así conseguiría algo parecido a un efecto sorpresa.
La puerta no cedió y el impacto magulló el hombro del pobre Walter.
No soy un héroe, ¿qué estoy haciendo?
Llamó con fuerza a la puerta, gritó, despertó a los vecinos de habitación y congregó frente a la puerta a seis dormidas personas armadas de quejas y legañas.
Llegó también, y este con malos modos, el encargado nocturno de la casa rural, pues a eso dedicaba sus últimos años la vieja, y en algunas zonas, destartalada casa. Preguntó por el causante del alboroto y Walter, apartando la vista, se defendió como pudo tratando de explicar lo que creía estar ocurriendo en el interior de la habitación. El encargado dio unos golpes a la puerta y, comprobando que nadie respondía, pidió que todos retrocedieran un par de pasos y extrajo de un bolsillo la llave maestra.
Al verla,  Walter pensó que por ahí podía haber empezado la actuación del bedel, y apretando con fuerza la revista enrollada, dejó de prestarle atención para centrarse de nuevo en el horrible drama que se gestaba en esa habitación.
Lenta y crujiendo al paso, como los viejos huesos de Walter, la puerta se abrió, dejando paso a un inesperado chorro de luz cegadora...

Bueno, qué ¿Sigo?

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